lunes, 21 de febrero de 2022

 


“¿CÓMO TE ENCUENTRAS? Homenaje – 2”


El 3 de enero pasado publiqué en la plataforma Facebook “QUIERO… (Homenaje)”, en referencia a mi mujer, fallecida el 16 de diciembre.

Durante estos más de dos meses transcurridos he recibido innumerables muestras de afecto, sincera condolencia, entrañable interés por conocer y acompañarme en mi estado actual.

Esta misma mañana, como testimonio- síntesis de lo expresado, uno de tantos amigos interrumpió la conversación que manteníamos e improvisadamente me espetó: “Pero, bueno, Salvador, ¿tú cómo estás?”

Este requerimiento evocó el email, recibido el 1 de febrero, de una de esas amistades nacidas en el discurrir de los años de juventud y formación académica.

Respondí también por escrito, pasados unos días, el mensaje. Hoy he decidido hacer pública mi respuesta como agradecimiento a tantas manifestaciones de aprecio y como continuación de aquel primer “Quiero… (Homenaje)” publicado.

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Familia y amigos me vienen diciendo casi desde el día del fallecimiento de mi mujer que el tiempo irá relegando a segundo plano el recuerdo de aquella noche y la consiguiente sensación que me abruma. Insistentemente me preguntan: “¿Cómo te encuentras?” Monótonamente respondo: “Bien…, sigo la rutina diaria”. De modo que cualquier espectador puede afirmar: “No ha pasado nada, ahí lo ves, no hay diferencia entre el Salvador de ayer y el de hoy…”

Solo ha cambiado algo, -----, mi mujer no está en la cocina (su despacho, la llamaba), mientras yo estoy tecleando en el ordenador o leyendo y consultando información. Tampoco está cuando la alarma me encuentra ya despierto al amanecer o cuando las circunstancias, aunque mi hijo ---   conviva conmigo de momento, me hacen presente la soledad a la hora de sentarme a comer o cenar.

A veces, parece que estoy viviendo un sueño, una pesadilla… ¡Tan inesperado, tan ilógico…! ¡Cuántas veces nos imaginábamos dos ancianitos del brazo, apoyados uno en el otro! Acababa de cumplir 70 años y yo con 78 cumplidos voy desafiando las periódicas revisiones médicas y escabulléndome de situaciones críticas, como el infarto (tres bypass coronarios), o llegando a urgencia clínica con menos de dos millones de hematíes.

No nos poníamos de acuerdo. Cada uno quería irse primero; pero, acto seguido, ella enseguida decía: “Tampoco te quiero dejar solo”. Únicamente la imagen de un trágico accidente era capaz de quitarnos de la cabeza la idea de irnos los dos juntos en “ese viaje a lo desconocido”, que un día se me ocurrió regalarle, cuando no supe ofrecerle más que mi presencia.

Estoy deseando que me llame, que su voz me despierte una madrugada, como aquel 16 de diciembre, presto ya a completar en la eternidad los años que nos quedaban por convivir y fueron truncados.

Me conoces bien y te conozco y aprecio en ti la capacidad de leer en las líneas que preceden, más allá de la literalidad, lo que cada párrafo encierra y es tan difícil de expresar, comunicar…

No obstante, esta situación anímica no quiere dar a entender que me encuentre desolado, deprimido, abatido… ¡En modo alguno! Decía en el primer párrafo y, es verdad, “sigo la rutina diaria”. Lo considero la mejor terapia, pero, sobre todo, es un homenaje a mi mujer. Y, aparte otras motivaciones derivadas del don de la fe, es lo que ella me indicaría o me susurra, en presente, sin condicional, en estos momentos.

El día a día está lleno. ¡No estoy jubilado! Ahora con más trabajo, pues he de añadir labores domésticas que habitualmente compartíamos.

Me levanto muy temprano (a juicio de familia y amigos) y desde primera hora “esa rutina” de la que hablaba, hace que me siente, lea las lecturas bíblicas del día, reflexione… y elabore un archivo jpg que cada amanecer subo a las redes (Instagram, Faceboock, Twitter) y posteriormente comparto con grupos parroquiales.

Luego, no todas las jornadas son iguales en tareas, pero la sensación es que las horas se acortan y los días no llegan a alcanzar las 24 horas porque el tiempo pasa rápido. Faenas domésticas, con todo lo que conlleva aparejado, ocupan gran parte de la mañana. En estos días el “papeleo” y todo el ajetreo administrativo derivado del fallecimiento acapara tiempo. Pero sobre todo mi implicación en la parroquia, en la que mi mujer y yo hemos vivido y alimentado la fe y han crecido nuestros hijos polariza, de una manera u otra, mi atención y absorbe con convicción tiempo sin medida.

Apenas veo la tele, intento estar bien informado, leo… Te asombrarás si te digo que una de mis últimas lecturas ha sido J.I. González Faus, “La humanidad nueva. Ensayo de Cristología”. Estoy suscrito a varias publicaciones y, a veces, tengo que apilar boletines, folletos, semanarios y, de vez en cuando, hacer “horas extras” para ponerme al día. Si no tuviera nada que hacer, me lo inventaría, pero una ocupación que siempre va quedando atrás es escribir.

En respuesta a tu emotivo email he desembuchado un relato dejando que el corazón se fuera explayando sin cortapisas. He tardado unos días en responderte, pero creo que, hoy por hoy, estás servido. Dejo para el final el agradecimiento por tu recuerdo, tu presencia que siempre está, tu vieja amistad que los años no desgastan, sino acrecientan y fortalecen

Un más que afectuoso, fraterno abrazo, extensivo a tu mujer. Espero, deseo que los dos gocéis de salud de hierro

Fraternalmente

Salvador

viernes, 7 de enero de 2022

QUIERO… (Homenaje)


   Esta mañana me desperté más temprano de lo habitual. Resurgen sentimientos en el corazón. Empiezan a bullir palabras que, poco a poco, son hilvanadas lentamente sobre el papel y escribo, escribo…:            

    Quiero atrapar el tiempo esfumado entre los dedos torpes, envejecidos.     

   Quiero volver a sus ramas las hojas caducas de la higuera.                         

   Quiero releer hacia atrás la historia de los recuerdos.                                   

   Quiero revivir la ausencia convencido de que es presencia, no lejana, en otro lugar de la casa, que no del corazón.                                                    

  Quiero…, pero ya he perdido la energía creativa del mago que transforma deseos en ilusiones nuevas.                                                         

   Quiero, pero mis deseos son solo deseos, mis recuerdos tan solo recuerdos, tu ausencia es solo ausencia, ya nunca más presencia, y en esta soledad tan inesperadamente sobrevenida tan solo una palabra permanece ajena al tiempo: “Te quiero”.

                                                                                       (Eclesiastés 3,1-8)                                                                                        16 de diciembre de 2021

Salvador Egea Solórzano

 

sábado, 30 de junio de 2018

JOSÉ Mª RODRÍGUEZ OLAIZOLA, “BAILAR CON LA SOLEDAD”


Había tenido ocasión de leer varias publicaciones del autor. Había visionado algunos de sus vídeos, promocionados en plataformas digitales. No era para mí un escritor desconocido. La apreciación que de él tenía me predisponía favorablemente a un nuevo encuentro en alguna próxima expresión literaria.
Llegó con prontitud la primicia de la publicación de “Bailar con la soledad”. Me atrajo el título de la obra. Los dos términos “bailar” y “soledad” me dejaban intrincado y confuso. La soledad, como experiencia humana, no es tema extraño a lo largo de una dilatada vida, como en el libro se expone magistralmente. Pero… ¿y bailar? ¿Qué quiere expresar Olaizola uniendo dos conceptos en un binomio, al parecer, tan extraño?
No fue necesario que reseña o publicidad allegada me incitaran a la lectura. Mi disposición estaba asegurada. La ocasión llegó como regalo del 75 cumpleaños y cariñosamente agradecí el obsequio. Era la cuarta edición del libro que en pocos meses ha alcanzado la quinta.
Adentrarme en sus páginas fue como iniciar una andadura en la que las endorfinas me iban pidiendo avanzar más y más, devorando párrafos, rumiando reflexiones, tomando notas, observando, como en un espejo, el reflejo de tantas situaciones ajenas y experiencias propias.
Al terminar la lectura me di cuenta de que escasamente había pasado una semana desde el feliz aniversario.
Tenía arrumbado, desatendido, mi blog en el que durante algún tiempo fui transcribiendo vivencias personales. Pero el largo paréntesis no fue óbice para que surgiera en mí la imperiosa necesidad de reencontrarme con él y añadir una nueva entrada.
No pretendo redactar una reseña de "Bailar con la soledad". He leído alguna y las RRSS facilitan la oportunidad de escuchar o leer, en palabras del autor, comentarios sobre el libro en entrevistas que se le han formulado.
Cavilando cómo iniciar estas líneas llegó hasta mí el enlace del video promocional “¡Que no pare la música!” . Creativo, original fueron los epítetos que surgieron espontáneos al calificarlo.
Tal vez lo más destacable del libro, al menos en mi caso, sea la capacidad del Olaizola para diseñar las variadas situaciones en las que el lector puede sentirse involucrado como protagonista. Ello hace que avanzar en la lectura sea como abrir un álbum de imágenes en el que rememoramos acontecimientos, episodios que han ido jalonando la vida. Es, quizás, una de las razones de su rápida difusión y de que su publicación haya obtenido el eco en tantos ámbitos en los que la soledad se hace presente aun en medio del ruido y algarabía que nos enajena en la sociedad de las RRSS y los “mass-media”.
Salvador Egea Solórzano


martes, 11 de octubre de 2016

PUDO OCURRIR, PERO… NO OCURRIÓ




Aconteció en Madrid, un domingo de octubre. Tal vez pudo haber sucedido en cualquier lugar, por la mañana o en horas vespertinas. Las circunstancias son intrascendentes. Fui espectador fortuito pues mi presencia allí no era habitual.
Participaba en el grupo con mayoría de adultos, en el que predominaba la tercera edad, que asistíamos a la celebración de la Eucaristía dominical.
Intempestivamente un inesperado impacto en la bancada trasera sobresaltó a todos los presentes. La asamblea giró la cabeza y las miradas confluyeron hacia una señora de avanzada edad que yacía en el suelo tras un desvanecimiento.
Enseguida fue atendida por personas próximas. El sacerdote interrumpió en aquel instante la misa. Con cortesía se disculpó ante todos los presentes y diligente descendió los escasos peldaños que resaltaban el presbiterio.
Se acercó a interesarse por la anciana a quien, ya consciente, alentó y ofertó su ayuda personal.
Desde mi posición en los primeros bancos evoqué la parábola de “El Buen Samaritano” (Lc 10,29-37). En el caso que relato el sacerdote que presidía la celebración “no pasó de largo”. Una vez convencido de que quien merecía su prioritario interés quedaba atendida y en buenas manos, continuó la celebración eucarística.
Esta es la concisa crónica cuyo desenlace nunca ocurrió. En realidad el sacerdote, algo desconcertado, sólo interrumpió momentáneamente la misa para observar el incidente, no descendió desde el altar, no se acercó a la accidentada…, terminada la celebración se encaminó hacia la sacristía. La anciana señora seguía postrada en el suelo…, cuidada por “los buenos samaritanos”.

Salvador Egea Solórzano

sábado, 10 de septiembre de 2016

IN MEMORIAM - JOSEMARI

Tendría que comprobar la fecha en que pulsé inintencionadamente el “standby” del cajón de sastre donde transcribo y almaceno historias de cada día, evocaciones de ayer, ilusiones de hoy, anhelos y afanes del mañana. No han faltado ocasiones que motivaran sobradamente dar vida a lo que languidecía en el rincón de lo postergado u olvidado.

Aunque reiteradamente he tenido que escuchar de voces diversas: “Hace mucho que no escribes en el blog”, no hay razón que justifique este prolongado silencio y paréntesis que, ahora sí, intencionadamente cierro.

Anochecía el sábado, 3 de septiembre cuando me comunicaron que mi hermano Josemari había ingresado, permaneciendo en urgencia hospitalaria en el clínico “Puerta del Mar”.

Desde la primera intervención quirúrgica por infarto coronario fueron varias las permanencias en el hospital.

Hacía un mes que la familia nos habíamos reunido en la celebración de la boda de nuestra sobrina Crisbel.

A pesar de su dolencia general, su buen aspecto, su conversación fluida, su vitalismo no presagiaban el desenlace acaecido el domingo, 4 de septiembre.

Sentado junto a su cama transcurrieron varias horas aquella mañana. Sedado e inconsciente no pudo escuchar todo lo que silenciosamente yo pretendía transmitirle, pendiente de cualquier movimiento de sus ojos, cualquier gesto que ya no se produjo. Josemari falleció pocas horas después.

¿Por qué nuevamente se me había adelantado? Después del fallecimiento de nuestro hermano Eugenio, apenas cumplido los 70 años, Josemari nos dejaba con 71 cumplidos en marzo. ¡El turno era mío!, yo había alcanzado los 73 años el pasado 19 de junio.

Ciertamente estas reflexiones carecen de lógica, pero junto a su cuerpo agónico, aunque sereno, yo tenía la sensación que me había usurpado el lugar.

¡Si pudiera insuflarle algo de la vida que me mantenía y que a él se le iba en una angustiosa respiración!

¡Si pudiéramos nuevamente, sentados o reclinados en el sofalito de su cuarto de estar, brindar con sendas copas por la vida, aunque fuera recontando las pastillas con las que cada uno revitalizábamos nuestros declinantes cuerpos y paliábamos nuestras “goteras”…!

¡Cuántos recuerdos, hermano!

Tengo la inmensa satisfacción que agradezco a Anamari, mujer fuerte, compañera durante tantos años, brazos y pies últimamente, de haber gestionado las exequias que presidió Paco, mi hijo sacerdote.

Suyas son estas cariñosas palabras extraídas de la homilía:

“Ante la muerte, más de un ser querido, siempre hay dolor. Este dolor no es más que la expresión de un amor. Un amor que se hace preguntas y no encuentra respuestas, un amor que se aferra al ser querido y no lo quiere soltar, un amor que se asoma al precipicio de la muerte y experimenta el vértigo de la fragilidad de la vida (…).

Seguramente en estos últimos días haya experimentado incertidumbre y angustia. Ahora, sostenido por los brazos del Padre, todo está bien y en paz (…).

Tito ha encontrado su descanso en los brazos del Padre y soltado el yugo de esta vida. Los que sentimos la tristeza de su marcha cargamos con el yugo de la pena y el dolor. La fe nos recuerda dónde encontrar nuestro descanso. El evangelio nos invita a tener la humildad de asumir que hay cosas que escapan a nuestro control y a nuestro entendimiento. Volvamos a ser como esos niños que, sin conocer ni entender, simplemente confían y se abandonan a aquellos brazos que le ofrecen consuelo, ternura, firmeza y amor. Así seguiremos unidos a tito Josemari, no solo por el amor, sino porque desde esta vida y desde aquella, la Palabra de Dios del evangelio se actualice en nosotros.”

¡Descansa en paz, hermano Josemari!

  


Salvador Egea Solórzano

miércoles, 15 de julio de 2015

38º ANIVERSARIO



Es tradición celebrar con singular entusiasmo conmemoraciones significativas: Bodas de Plata, de Oro…, algunos privilegiados, Bodas de Platino.

Hoy, tras 38 años de enlace matrimonial, rindo homenaje a los números modestos, a los que no culminan ningún ciclo completo. Porque, en realidad, son ellos los que paulatina, pero ininterrumpidamente, sin descanso, jalonan y cierran el círculo.
Nos hacemos mayores, si no lo somos ya. Cada ineludible cita médica nos depara nueva sorpresa. Nos evidencia la fragilidad, limitaciones, el desgaste físico connatural a los años. Protagonizamos progresivamente la inexorable realidad.
Conforta que aquel vínculo sacro que consagró el amor conyugal delante del altar de la sencilla parroquia “El Buen Pastor”, al contrario del deteriorado cuerpo, haya ido intensificando cohesión, año tras año, sorteando mil eventualidades y desbrozando una historia compartida.
En esta historia son hitos destacados los hijos, la familia que ha ido expandiéndose engendrando nuevos brotes, generando frondosidad.
Dios nos ha ido acompañando a lo largo del camino. Hemos experimentado su presencia que cada día agradecemos. Con la confianza depositada en su amor de Padre proseguimos la andadura.

Salvador Egea Solórzano


viernes, 14 de noviembre de 2014

"CALLE DE EN MEDIO"



De paciencia o resignación no escaseamos los vecinos de la avenida donde resido. Más de dos décadas han transcurrido desde que nos entregaron las viviendas, prometieron comunicar la urbanización con la barriada limítrofe y facilitar una salida rápida a la capital.
Hace poco más de un año, por fin, la gerencia de urbanismo inauguró la “Calle de en medio”
Su apertura ha incrementado en la avenida espectacularmente el tránsito de vehículos y de la tranquilidad silenciosa hemos pasado al bullicio de las horas-punta. Es el peaje que los vecinos abonamos en contrapartida.
Oficialmente la “Calle de en medio” no mereció ser rotulada: es simplemente una prolongación. Tal vez no se consideró necesario, a pesar de su indudable funcionalidad, puesto que carece de portales y viviendas a los que acceder directamente.
Yo, considerando el gran servicio que como vía de comunicación presta, me he atrevido a bautizarla  “Calle de en medio”.
Irregular amplitud en su acerado, acacias y mobiliario urbano le otorgan singularidad respecto a la avenida matriz.
Por la “Calle de en medio” transitan peatonalmente jóvenes madres presurosas que llevan y traen a sus hijos a colegios próximos, estudiantes adolescentes hacia el instituto de secundaria, vecinas que arrastran el carrito de compras hacia o desde el supermercado cercano…
Al pasear mi mascota he observado, en ocasiones, dormitando en un banco, un transeúnte vagabundo.
Parece como si, de pronto, la “Calle de en medio” nos hubiera abierto las puertas de la ciudad a los vecinos, ¡tan enclaustrados estábamos por la incomunicación…!
En cierto momento, recorriendo pausadamente tan exiguo paseo, la “Calle de en medio” generó la metáfora.
Metáfora de la vida que ciertamente no es más que un tránsito, no constituye ninguna meta definitiva, es una “Calle de en medio”. Yerran quienes, considerándola de facto estación terminal, acumulan y atesoran en actitud insensata, insolidaria y hedonista (Lc 12,16-21).
Metáfora de la vida porque cada uno de nosotros, en imagen en absoluto original, hemos de constituirnos en puentes que enlacen orillas y no en muros infranqueables que aíslen.
Metáfora de la vida porque sobre el pavimento que vamos extendiendo con disponibilidad y atención a la realidad que nos rodea se desplazan aquellos que, perdidos en el laberinto de su propia existencia, buscan salida a su soledad, reclusión y abatimiento.
La “Calle de en medio”, que tan gran prestación facilita a la ciudadanía, ya es para mí algo más que simplemente un oportuno servicio público. Cuando reiteradamente la recorro a diario no puedo evitar sentirme yo también, al menos como proyecto inconcluso, “Calle de en medio”.

            Salvador Egea Solórzano




miércoles, 16 de julio de 2014

FUNCIONARIOS DESDE EL ALTAR

Durante aproximadamente dos décadas fuimos compañeros de trabajo. Desde su jubilación, un año posterior a la mía, alternaba la estancia entre Cádiz, lugar de residencia, y Alicante, donde una de sus hijas se había establecido.
En la capital levantina, arropada por el cariño familiar, sobrellevó la última fase de su enfermedad, tumor cerebral, hasta su fallecimiento hace unas semanas.
Llegué al templo gaditano en el que se iba a celebrar la Eucaristía por su eterno descanso con tiempo suficiente para permanecer unos momentos sentado y contemplar la sobria decoración y arquitectura del neoclásico del s. XVIII con evocación colonial.
Habían transcurrido tan solo unos minutos cuando un ligero toque en el hombro hizo que volviera la cabeza y me levantara. Abracé al viudo que me saludaba y a quien expresé mi sentida condolencia. Intensamente emocionado mantuvo conmigo una breve interlocución.
El templo fue acogiendo lentamente a familiares y amigos, entre ellos un nutrido grupo de compañeros, con quienes habíamos compartido, la difunta y yo, largos años de docencia.
Puntual, como queriendo evitar cualquier disfunción con el calculado normatismo ambiental, comenzó la celebración.
El celebrante, proceder hierático, apareció revestido de casulla extraída de algún obsoleto guardarropa parroquial.
No hubo cortés acercamiento a la familia; ni afectuosas palabras de saludo que recordara a quien, circunstancialmente, nos congregaba en el nombre del Señor; ni breve homilía que, oportunamente, evocara la fe cristiana de la difunta y dirigiera a la familia palabras de consuelo y esperanza.
El ritual se siguió frío y estricto, tal vez, para no desentonar con la rígida arquitectura del templo.
Terminada la ceremonia el celebrante se retiró a la sacristía con la “función cumplida”.
Recordé la lectura, pocos días antes, de la fraternal censura de José Lorenzo, “Curas funcionarios”, en el semanario “Vida Nueva”.
¡Qué ocasión perdida para hacer realidad la pastoral de la inclusión, salir al encuentro, de acercamiento a la periferia del dolor!
¡Qué manifestación tan antitestimonial de la autorrefencialidad criticada por Francisco!
Más que la distancia física entre el presbiterio y la asamblea, lo que realmente impedía la contaminación, “olor a ovejas”, era la insensibilidad para empatizar con los asistentes y sobre todo con la familia doliente.
Mientras discurría la Eucaristía un sacerdote administraba el Sacramento de la Reconciliación en la nave lateral.
¿No es más oportuno y acorde con la centralidad eucarística ofertar un tiempo antes del inicio de la “Cena del Señor”?
Cuando abandoné el templo, mi “benévolo” comentario, queriendo evitar otras críticas más aceradas pero justificadas, ante los antiguos compañeros que percibieron la frialdad de la celebración, fue: ¡qué cura más soso!
Días después, en una ocasión similar, en mi parroquia isleña de “El Buen Pastor”, la arquitectura, la proximidad, la actitud del celebrante, el ritmo de la celebración, las palabras de acogida, las referencias al finado y a la esperanza en Cristo resucitado en la afectuosa alocución posterior a la lectura del evangelio, todo…, constituía la antítesis de lo vivido la semana anterior y significaba el auténtico encuentro de la Iglesia, madre acogedora, dispuesta siempre a abrir los brazos con talante de cercanía y expresivo amor a todos sus hijos, sobre todo en los momentos de incertidumbre y dolor.


Salvador  Egea Solórzano

miércoles, 9 de julio de 2014

EL FARISEO Y EL PUBLICANO

No hay nada tan deprimente en comunicación y redes sociales como encontrarse un día con varios centenares de email sin leer saturando la “Bandeja de entrada” del correo electrónico.
Procuro evitar esta situación. Diariamente elimino, sin abrirlos, varios correos totalmente prescindibles. Selecciono, leo los que me parecen de interés, guardo algunos en carpetas…
Hace solo unos días ha superado todos los filtros un correo singular. El archivo adjunto me sedujo, de tal forma, que no he resistido la tentación de publicarlo en el blog.
“Pudo ser un día cualquiera en una parroquia enclavada en los arrabales de una ciudad anónima.
Al atardecer, el sol estival relajaba sus ardientes rayos y una brisa tenue acariciaba el rostro de los que simplemente deambulábamos como paseo vespertino.
Las puertas del templo estaban abiertas, entré.
En el primer banco tres feligresas esperaban el inicio de la Eucaristía. Ocupé un asiento justamente detrás. La celebración comenzó puntual, a las 20:00 h.
Alguien discretamente se incorporó a la asamblea, avanzó desde el fondo, no demasiado, manteniéndose casi en segundo plano.
Con ritmo pausado, que invitaba a la reflexión, fueron discurriendo los “Ritos iniciales”, “Liturgia de la Palabra”…
Tan reducido número de participantes hizo posible que, respondiendo a la invitación del sacerdote, nos diéramos, como hermanos, la paz con un beso o  abrazo.
Desde el lugar retirado en el que había permanecido, la última participante se aproximó. Con timidez extendió el brazo en actitud de estrechar la mano. Espontáneamente no discriminé, nos dimos el beso de paz.
Nos acercamos a comulgar. Ella continuó sentada. En aquel momento sentí que en la comunión algo faltaba: un vacío impedía cerrar totalmente el círculo de fraternidad.
Terminada la Eucaristía, persistió, esta vez arrodillada, en humilde y profunda actitud orante.
Yo abandoné el templo rumiando en mi cabeza la parábola “El fariseo y el publicano” (Lc 18,9-14).
Tendré que ir despojándome de tanta arrogancia y altivez. ¿Habré salido justificado?”.


Salvador Egea Solórzano

sábado, 28 de junio de 2014

IN MEMORIAM - Rosa de las Heras -


Cada año, por estas fechas, mes de junio, el colegio despide una promoción de alumnos que continuaran sus estudios de la ESO en algún instituto cercano.
El ritual constituye un emotivo hito, evidentemente para el alumnado, pero también para sus profesores.
El curso transcurrido deja un vestigio en los profesionales, que consideramos un emblema  y que portamos con orgullo.
Poco a poco nos hacemos conscientes, a medida que los vamos acumulando, que los años se apilan a nuestras espaldas, que nos hacemos mayores, que llega el momento de nuestra despedida, de la bien merecida jubilación.
Nuestra compañera Rosa de las Heras hace siete años que dejó el “Arquitecto Leoz”, después de una fructífera etapa profesional.
Los que tuvimos la suerte de convivir y compartir años de docencia con ella recordamos su entusiasmo y vitalidad, su cariño al alumnado como tutora eficiente y generosa, su preocupación, más allá de lo estrictamente funcionarial, por la situación personal del alumno y su familia.
Hoy lamentamos su fallecimiento ocurrido ayer, 19 de junio, en Alicante, tranquila y en paz, después de una penosa enfermedad.
En la galería de maestros/as dignos de figurar en la memoria colectiva del “Arquitecto Leoz” figura, sin duda, nuestra recordada Rosa. Descanse en paz.


Salvador Egea Solórzano

domingo, 15 de junio de 2014

CHIRRÍA

Enmudeció la  euforia. El silencio se hizo pesadilla. Terminó en Brasil el debut de la selección española de fútbol. La luminosidad de la tarde cedió espacio a la noche y las ilusiones se desvanecieron.
Seguían afluyendo a mi  mente como un tropel abigarrado las últimas informaciones leídas en los medios digitales.
No juzgo si es utopía, oportunismo o demagogia, pero en la plataforma www.change.org circula una petición solicitando a la “Roja” la donación de parte de la prima del mundial en beneficio de los comedores escolares en verano.
La noticia de la cuantía de la prima pactada con la Federación de fútbol tras la fase de grupos, el acceso a finalista y el premio por levantar de nuevo la Copa del Mundo fue publicada, entre otros medios, por el periódico digital “El confidencial”  en su edición del pasado 4 de junio.
En dos días la petición de la plataforma alcanzó la cifra de 188.679 firmantes.
Claro que si reflexionamos sobre la situación de precariedad y cohesión social en nuestro entorno nos viene vertiginosamente a la memoria el “Informe Foessa, Análisis y Perspectivas. Precariedad y Cohesión social”. No tiene por qué ser la selección española de fútbol el centro de la diana o estar en el punto de mira exclusivo con el que pretendamos transformar la realidad.
La petición es un revulsivo más para nuestra conciencia adormecida, que intenta pasar de largo sobre la depauperación que la “economía que mata”, en palabras del Papa Francisco, ha causado en amplios sectores de nuestra sociedad.
Lo inadmisible es que informaciones que denuncian esta situación y  que ocupan titulares en los medios y algunos comentarios eventuales, pasados unos días, queden relegados a las hemerotecas y no se llegue a dar solución equitativa a los problemas que plantean.
Cuando un mínimo de sensibilidad permite percibir la objetividad que reflejan las palabras; lo que, más allá de ellas, observamos en las mismas coordenadas en las que se desarrolla nuestra vida, es absurdo pretender encubrir la situación, tratando de ensombrecer su existencia.
“Hacer visible la pobreza genera discriminación”, se oyó en un parlamento regional que debatía mantener durante el verano la subvención a los comedores infantiles. La repuesta que obtuvo tal declaración fue categórica: Lo que quieren las familias afectadas es precisamente que se visibilice el problema y que se le dé solución”.
España es el segundo país de la UE con más pobreza infantil, denunciaba “La Vanguardia” en edición digital el pasado 25 de Mayo.
El programa “En un mundo feliz” en Radio 5 delataba unos días más tarde, el 31 de Mayo, que 200.000 niños en España, no pueden permitirse comer carne, pollo o pescado, cada dos días.
La ONG “EDUCO” promueve una campaña para que 500.000 niños y niñas puedan hacer durante el verano una comida completa diaria.
Tal cúmulo de informaciones, de datos objetivos, contrasta con la frivolidad con que, en ocasiones, derrochamos y nos dejamos seducir por lo superfluo: “260 vuelos privados llegarán a Lisboa el sábado con entrada reservada a 4.500 €”.
Era la final de la “Champions league 2014”, jugada en la capital portuguesa por los dos equipos madrileños de fútbol el 24 de Mayo.
Siento chirriar el armazón de mi conciencia.


Salvador Egea Solórzano

domingo, 8 de junio de 2014

SOBRAN LOS AÑOS, FALTAN LOS DÍAS


Es un destello que irrumpe súbito,  inesperado. Un martilleo rítmico cuyo eco se adhiere sólidamente  a mis oídos y no permite que la atención se disperse en el abanico de actividades rutinarias cotidianas.
Surge imprevisible, recorre raudo todas las arterias e invade las entrañas hasta lo más recóndito del corazón.
Aflora virgen y persistente, como manantial cristalino de aguas subterráneas o, tal vez, es el magma incandescente, secuela de la erupción volcánica.
No consigo orillarlo desde que esta mañana asaltó prematuramente mi fortaleza.
“Sobran los años, faltan los días”.
En algún momento el Maestro habla de nacer de muevo y Nicodemo que, a su edad, tiene la sapiencia del anciano, carece de respuesta a la pregunta: “¿Cómo puede nacer un hombre siendo viejo?” (Jn 3, 4).
¡Ah,  paradoja!
Si tengo la mente lúcida, la actitud firme, el corazón abierto, cada amanecer es un nuevo nacimiento; un renacer que, tras la muerte del sueño, me reconcilia conmigo mismo y me aventura un horizonte definido.
¿No es despertar y, por tanto, renacer, abrir los ojos, rememorar sin nostalgia el pasado, reconocer errores y avanzar largos o pequeños pasos hacia el mañana?
"Sobran los años". Como recién nacido no tengo historia, a no ser las huellas (aciertos, desaciertos, victorias, derrotas, éxitos, fracasos), cicatrices impresas en el genoma que el tiempo ha ido precisando.
Mi pasado es mi presente, porque, de alguna manera, siempre está conmigo.
Y..., "faltan los días". Días y días proyectados al futuro sin fin.
¡Qué vivificante es la esperanza! Reconforta y fortalece la lectura de Pablo (1Cor 15, 1-10). Cristo es el fundamento de nuestra certidumbre: "Ha resucitado de entre los muertos". He ahí la fuente que sacia el ansia, la sed de infinitud. 
Ahora sí, los proyectos más auténticos y profundos nunca prescriben.
Mientras, los días van haciéndose más efímeros y fugaces hasta fundirse en la absoluta eternidad.

Salvador Egea Solórzano

martes, 20 de mayo de 2014

IN MEMORIAM José Luis Sánchez Rodríguez

Nos resistimos a admitir que un día cualquiera la muerte se encargue de poner término a este sueño que es la vida, valga la alteración del texto de nuestro ilustre Calderón.
Aun convencidos del ineludible desenlace final no es extraño escuchar ante el fallecimiento de un familiar o amigo: “Nos hemos quedado de piedra”.
Hoy me han notificado la muerte de José Luis, compañero con quien he convivido profesionalmente durante más de dos décadas.
Los recuerdos se han agolpado en mi memoria. Años y años participando en el mismo equipo de gestión del CEIP “Arquitecto Leoz” en San Fernando (Cádiz).
“Salvador, tienes que asumir la dirección del colegio”, me incitaba en un momento crítico de renovación del Equipo Directivo.
En mis encuentros con antiguos alumnos indefectiblemente me preguntan por José Luis. Dejó huella en el alumnado, que recuerda excursiones, actividades  extralectivas, amén de a su profesor de matemáticas. Años de la E.G.B., en los que en las escuelas permanecían los alumnos hasta los catorce, algunos hasta los dieciséis años. Campechanía, buen humor, sintonía con el alumnado, receptivo con los padres…, pionero en la implantación de la informática en el colegio desde la secretaría, cuando la mayoría de los profesionales éramos analfabetos en las nuevas tecnologías, especialista capaz de subsanar cualquier desperfecto que pudiera interrumpir el ritmo cotidiano, de montar un decorado e instalar todo el equipo megafónico para las ocasiones, cuando alguien como yo, a lo más que llegaba era a pulsar el interruptor.
Su colaboración desinteresada en la celebración del 25º Aniversario de la inauguración del colegio, una vez prematuramente jubilado por  enfermedad, fue notabilísima. Gracias a su disponibilidad y maestría se editó el DVD “25º Aniversario”.
El destino ha determinado que en este trance último que es el paso a la eternidad me hayan precedido los dos compañeros, Paco M. Mainé y José Luis Sánchez, más jóvenes que yo, con los que he compartido tantos años de ilusiones, trabajo, esfuerzo, creatividad, afán de superación y sobre todo amistad.
¡Descansen en paz!

Salvador Egea Solórzano

domingo, 18 de mayo de 2014

"PUENTE LAVAERA"



Un frágil entablado que se apoya en un pilar central, sin la prestancia del mítico puente “San Francisco” o el más próximo “V Centenario” sevillano figura en cabecera de mi web blog y en mis portadas de Facebook y Twitter. Es el puente “Lavaera”.
La imagen forma parte del paisaje “Parque natural de la Bahía Gaditana”. Concretamente, en el entramado de marismas, salva el curso del caño “Carrascón” que da nombre al sendero peatonal que, naciendo en el “Zaporito” y bordeando la corriente marina, concluye en la confluencia con el caño “Sancti Petri”, ya en el puerto pesquero “Gallineras”.
Es un entorno privilegiado que he recorrido en varias ocasiones. Constituye el flanco sudeste  de la “Isla de León”, al límite de los términos municipales de Chiclana y San Fernando (Cádiz). Merece la pena en primavera adentrarse serpenteando las sinuosidades del sendero y contemplar al amanecer o en la atardecida, fauna y flora autóctonas. La brisa salobre, la variedad de sonidos de las distintas especies de aves acuáticas, el susurro del agua borboteante que se desliza en pequeñas cascadas…, sensaciones que atraen y concentran todos  los sentidos.
No es la belleza del paisaje, no obstante, el motivo principal de mi elección. Por expreso deseo de mi hermano, isleño de nacimiento, extremeño de adopción, fallecido en Mérida, sus cenizas fueron esparcidas en las aguas del caño en las proximidades del puente “Lavaera”.
Hay un argumento más simbólico que motivó mi decisión de elegir el puente como imagen que facilita el acceso a mis reflexiones, relatos y comentarios.
Con frecuencia los ríos delimitan fronteras, en todo caso separan territorios. El puente une. Aun destartalado y precario permite que desde “el yo” decidamos  llegar “al otro”. “El yo” es territorio, espacio que define la propia identidad. Lo que hemos ido modelando a lo largo de los años y que aún hoy contemplamos como obra inacabada. El riesgo es que la autocomplacencia nos configure como islas en el inmenso océano.
Es necesario cruzar el puente una y mil veces. “El otro” nos espera en la orilla opuesta. No podemos defraudarlo. La aproximación, la cercanía ha de permitir apreciar el misterio de cada persona. Desde esta cercanía podremos abrazar al otro como hermano.
En una sociedad que fácilmente banaliza lo fundamental e importante y tiende hacia lo superficial y desechable, el puente cumple otra función esencial. Cruzarlo nos permite también acceder a lo más recóndito de nosotros mismos desde el flujo de actividades y acontecimientos cotidianos que se suceden, a menudo, sin ocasión de detener el proceso.
En ello nos jugamos dar sentido coherente y decisivo a nuestra presencia en el mundo.
Una tercera apreciación me sugiere el puente: enlaza el pasado y el futuro. El puente nos conduce desde lo conocido porque lo hemos ido construyendo y vivido hacia la aventura del mañana, de lo aún inexplorado y que suscita en nosotros sentimientos encontrados: esperanza, recelo, ilusión, incertidumbre…
Es preciso arriesgar. No se permite permanecer estático contemplando el curso de la corriente que discurre bajo nuestros pies. En la otra orilla irá concluyendo la historia que se proyectó cuando se iniciaron los primeros pasos hasta culminar en la meta definitiva: los brazos del Padre.
El puente “Lavaera”, vetusto y quebradizo, desvela, cuando accedo a las redes sociales, todo su singular encanto y simbolismo.

Salvador Egea Solórzano